Micro relato participante en el Microrreto de Escritura propuesto por David Rubio Sánchez, en su blog: El Tintero de Oro.
Rafael esperaba en el aeropuerto.
La celebración anual de cardiólogos retirados la cual integraba su padre, había finalizado.
Sentado y somnoliento, recordaba cuando de adolescente, la situación era a la inversa. Esos días no eran sus mejores recuerdos...
Solitarios viajes, donde se aburría escuchando las repetidas canciones en su reproductor de CD, obligado por el deporte que practicaba profesionalmente a sus dieciséis años.
Como vivían solos, a su padre se le hacía imposible acompañarle por razones laborales y le esperaba de regreso de madrugada en el mismo aeropuerto.
-¡BUONGIORNO!
-¿COME STAI?
Un sonoro saludo de un par de jóvenes a su lado le trajo de repente a la vigilia, instante en el que mirando su reloj se percató del excesivo retraso del avión.
Reacomodándose en su asiento volvió a sumirse en sus recuerdos, amargos por la soledad que llevaba escondida en su pecho en esos tiernos años. Agradecía silenciosamente la oportunidad de desarrollarse como deportista de élite pero sobretodo saludable, frente al contraste en que vivía su padre.
Ya jubilado, cada día se le dificultaba más respirar, aquejado de una dolencia que le restaba fuerza al corazón para bombear sangre oxigenada, después de que él salvara tantas vidas...
Tristes imágenes en la mente de Rafael, de un avión estrellado hacía un tiempo atrás, la ansiedad de la espera lo estresaba, ya que de casualidad no venía su padre en él.
No, él no era como esos hijos que se desquitan de sus progenitores haciéndoles pagar con la misma moneda algún daño provocado inconscientemente. Pese a que había sentido la amarga soledad de la falta de compañía paterna en ese entonces, Rafael le protegía.
-¡Arribo del vuelo siete-cero-dos!- esta vez el altavoz de forma estruendosa lo sacó de sus cavilaciones... y entonces sonrió.
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